Leo esta mañana en El País que Harvard está plantando cara a Donald Trump para defender su libertad académica. El presidente norteamericano quiere amordazar a esta universidad paralizando una ayuda de 2.200 millones de dólares por por ser (supuestamente) antisemita y seguir la ideología woke.
El hecho es grave. No sólo por paralizar ese dinero (imaginad todos los proyectos de investigación que quedan en suspenso) sino por lo que esta acción simboliza.
Quizá esto vaya un paso más allá de la imposición de hegemonía cultural, como diría Gramsci. Porque hasta el más simple ciudadano puede percibir que es una advertencia. Como me apuntaba hoy una compañera de la Universidad, es decir al mundo que «ser rebelde te va a salir muy caro».
Desgaste de credibilidad
Las últimas décadas han supuesto un desgaste de credibilidad de las Instituciones en todo el mundo: desde la más sencilla ONG hasta el controvertido Vaticano, pasando por los cascos azules de la ONU, los partidos políticos y, por supuesto, las Universidades.
Los intentos de desprestigiarlas no son nuevos.
Está claro que no son instituciones perfectas. Pero hoy conforman uno de los pocos espacios en donde existe libertad intelectual. Y pruebas de ello son tanto alabanzas como críticas hacia su espíritu en su propio seno.
Las Universidades son espacios de diálogo, pensamiento y convivencia. Son fundamentales espacios de diversidad. Y, además, no están tan alejadas del tejido empresarial como algunos piensan. En España, en 2024, el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades financió con cerca de 857,8 millones de euros la contratación de jóvenes investigadores y proyectos de investigación. De este modo se posibilitaba la transferencia de conocimiento entre universidad y empresa.
Además, la producción científica de las universidades españolas se ha duplicado en la última década. En concreto, el número de publicaciones en revistas científicas de impacto pasó de 60.294 en 2012 a 102.987 en 2022. Las universidades públicas contribuyeron con el 92% de la producción.
¿Por qué se quiere desprestigiarlas? Mejor dicho: ¿Para qué?
En La era del capitalismo de la vigilancia, la académica Shoshana Zuboff se pregunta si un ciudadano, por sí mismo, puede hacer frente a un relato hegemónico, consumiendo redes sociales y cultura mainstream.
Parece claro que no. Y si un individuo solo no puede, al menos puede intentarlo en ciertos lugares simbólicos. La Universidad es uno de ellos. Quién sabe si hoy son el único escenario donde se puede construir una nueva paz social.
(*) Créditos imagen: Czapp Árpád en Pexels.